jueves, 15 de mayo de 2014

El triángulo del fraude

Sinopsis: ¿Por qué una persona luego de años de trabajo honesto decide defraudar y malversar aquello que le fue dado en confianza?



Hay un riesgo que siempre está latente en toda actividad que tenga que ver con dinero, ya sea en una empresa, en el gobierno, en la política, en la familia; en fin en cualquier organización que tenga que administrar recursos económicos.  Este riesgo ocurre cuando personas de confianza se convierten en defraudadores de la confianza en ellos depositadas.  Es decir, el riesgo del fraude.   

Las organizaciones están muy conscientes de la probabilidad del fraude.  Por eso es que crean procesos, controles, políticas, auditorías y sistemas colegiados de  decisión; todos con el fin de disminuir la natural propensión de algunos individuos a aprovecharse indebidamente de los recursos a su disposición.

El fraude es un demonio que se esconde agazapado en la naturaleza humana.  Es pariente cercano de la corrupción y la malversación; esas que tanto se critican en tribunas electorales y que, luego en el poder, resultan ser un animal escurridizo y difícil de contener.  El fraude surge en todos los niveles.  Entre más cuidadosa es la organización, más sofisticado y meticuloso es el defraudador.

En la década de los setenta, Donald Cressey, un estudioso del crimen organizado y de cuello blanco,  creó el concepto del triángulo del fraude que describe con maestría las condiciones que se tienen que dar para que una persona ejecute un acto fraudulento.  Los tres componentes del triángulo del fraude son:

  1. Presión o incentivo: Ocurre cuando la persona se encuentra en un problema financiero que excede su capacidad.  Puede ser un problema de su entorno social (enfermedad de un ser querido, exceso de deuda, consumismo rampante), un problema personal (adicción al casino, ambición desmedida, deseo de status) o un problema del trabajo (presión por metas inalcanzables).  No hay persona exenta de alguno de estos problemas.  Sin embargo, la gran diferencia es que para el defraudador este problema es motivo de vergüenza y marginación social.
  2. Oportunidad: Comienza cuando el potencial defraudador percibe una debilidad o  brecha en el sistema o en los controles.  Tiene que haber una baja probabilidad de ser atrapado, de otra manera el defraudador no ejecuta su plan.
  3. Racionalización: Esta es la etapa de la justificación.  El defraudador se llega a convencer que la situación que sufre es tan injusta y que puede ser resuelta sin riesgo, que toma la decisión de aprovechar la oportunidad manifiesta.   Algunos ejemplos de justificación: “esto es prestado, luego lo devuelvo”, “no me pagan suficiente”, “no me dieron ese puesto que merecía”, “esta empresa es deshonesta y merece ser tratada así”, “lo hago por mi familia”.  Así como cada cabeza es un mundo, cada persona creara su propia justificación.

Conocer los factores que originan el fraude, ayuda en primer lugar a reconocer las circunstancias que aumentan su ocurrencia.  Por ejemplo: controles deficientes, centralización de la autoridad en un individuo, personal descontento, entre muchas otras.  Y segundo, quizá lo más importante, es que nos ayuda evitar conscientemente situaciones que puedan llevarnos a cometer fraude.  No olvidemos que el común de los fraudes es ejecutado por individuos ordinarios que se encontraron con una necesidad, una oportunidad y justificaron su conducta.  Llegado el momento de la verdad, presionados por la realidad injusta y siendo conocedores de alguna oportunidad de resolver nuestros problemas, la responsabilidad de luchar contra los impulsos negativos es una batalla personal.  De uno depende no tomar el camino torcido del fraude.

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